domingo, 20 de enero de 2008

Entrevista imaginaria: Jorge Villalba

Un luchador gremial

Con tan sólo 41 años de edad, este comunicador ha transitado profesionalmente por los senderos de la academia, de las redacciones y se ha instruido en la consultoría y análisis de medios, sin abandonar una de sus mayores pasiones: la política

A primera vista, Jorge Villalba aparenta ser un hombre extremadamente serio. Sus zapatos relucientes, combinados a la perfección con las finas rayas negras de su camisa, sólo pueden guiar a esa conclusión. Sin embargo, un objeto que resalta sobre su pecho pudiera poner en duda tal parecer. Se trata de un prendedor con el símbolo característico de los Rolling Stones —una gran boca roja que destaca por tener la lengua afuera— que posee desde que rondaba por el campus de la Universidad Católica Andrés Bello como líder estudiantil.
Cuando se le pregunta por el broche, responde tajante: “Sólo es un viejo recuerdo”. Recuerdo tal vez de la irreverencia y larga cabellera que lo definían en sus tiempos de estudiante y que han desaparecido para dar paso a la figura del profesor, que hoy concede esta entrevista en el alma mater, donde hace poco más de una década se graduó de periodista.
—¿Qué piensa del periodismo que se ha practicado hasta ahora en el país?
—En Venezuela la gran mayoría de los medios niegan al comunicador social la posibilidad de interpretar los hechos noticiosos. La información se presenta parcelada, dirigida, extraída de su contexto, orientada en todo momento hacia una “objetividad” que la convierte la más de las veces en desinformación. El periodismo venezolano tiene que empezar por conquistar ese derecho a la interpretación de los acontecimientos, para situar al hombre común en su realidad, para ayudarlo a comprenderla.
—Usted se ha destacado precisamente por apostar por géneros como el reportaje y la crónica.
—He tratado de usarlos en la medida de lo posible. Cuando hablo de que el periodista debe conquistar espacios para los géneros interpretativos, me refiero también a que debe luchar por departamentos dedicados a la investigación. Se trata de géneros que requieren tiempo, algo que nunca quieren conceder en un medio.
—¿Cuál ha sido su trabajo más aclamado?
—Creo que no debo ser yo quien lo diga.
Aunque no lo confiese, Villalba fue autor de uno de los grandes “tubazos” periodísticos del gobierno de Luis Herrera Campins. Con poco tiempo de haberse graduado, el joven develó un hecho que causó gran revuelo en la opinión pública. Gracias a un contacto en la dirigencia copeyana, logró introducir su grabador en una reunión privada en la que se encontraban más de 100 líderes del partido social cristiano. Mientras la mayoría de los periódicos publicaron la versión formal, él publicó la verdad: COPEI planeaba cómo destruir a Acción Democrática.
—Me han dicho que usted es muy serio en su trabajo, ¿cree que el periodismo siempre debe ser serio?
—El periodismo está lleno de historias y creo que algunas pueden contarse utilizando el humor como recurso. Traté de aplicar esa filosofía cuando trabajé en Estampas. No hay nada mejor para explicar cómo se ha incrementado el precio de la canasta alimentaria que relatar un día en el supermercado.
A pesar de haber ejercido siempre en medios impresos, parece tener las habilidades de un buen locutor. No se apresura al hablar y al pronunciar las frases, delimita cada punto, cada coma como si escribiera sobre una hoja de papel. Sin embargo, su voz es demasiado débil. Cuando conversa, parece que estuviera contando un secreto.
—La palabra política se repite reiteradamente en su vida, ¿ha sido acaso su móvil, su razón de ser?
—Por un tiempo lo fue. La política y yo siempre hemos sido buenos amigos, así que a lo largo de mi vida he coincidido con ella en distintos escenarios. La conocí en la universidad y después no pudimos separarnos. Me siguió hasta el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa, hasta el Colegio Nacional de Periodistas, e incluso, a la redacción de El Nacional y El Universal, donde se transformó en mi objeto de trabajo.
—Algunos piensan que la política es traicionera porque puede enfrentar a los mejores amigos.
—Si la amistad es verdadera, no existe nada que pueda quebrarla. Al igual que el matrimonio, una amistad verdadera sólo acaba cuando llega la muerte.
—Entonces no fue ningún problema competir contra su mejor amigo por la secretaría general del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa.
—Eso nunca lesionó la amistad que existe entre Javier Conde y yo. Por el contrario, la noche anterior a las elecciones cenamos juntos y pasamos un buen rato.
—Pero debió sentirse incómodo con la situación.
—Por supuesto. Desde Prensa Libre tuve que escuchar todas las críticas que hacía la plancha contraria, cuyo líder era Javier. El movimiento Cuartilla acusaba a mi partido, que llevaba 8 años en el poder, por el mal estado en que se encontraba el sindicato. Fue un momento difícil, pero al cabo de un tiempo ambos llegamos a la conclusión de que yo no era el responsable del deterioro de la organización. Prensa Libre necesitaba un relevo generacional y a mí me correspondió asumir ese papel.
—¿Cómo llegó a vincularse con ese partido?
—Creo que por mis creencias ideológicas. En la universidad, en medio de los debates estudiantiles y la candidatura al Consejo de Escuela, desarrollé un gusto por el socialismo, aunque siempre creí que la justicia social que promovía esa corriente podía lograrse a través de la democracia. Por eso me uní a Prensa Libre, un partido que se guiaba mucho por los preceptos de Movimiento al Socialismo (MAS). Siempre he sido una persona de izquierda moderada.
—¿Cómo define usted la política?
—Política es diálogo, búsqueda de puentes, nunca enfrentamiento. Creo que esa forma de concebirla fue lo que me permitió enfrentar la situación del sindicato en buena lid.
También fue lo que hizo posible, a pesar de su derrota en las elecciones, que asumiera un puesto en la directiva del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa junto a Conde, donde lucharon por mejorar las condiciones de trabajo en las empresas y por la libertad de expresión.
—Ese enfrentamiento con su compañero ha sido el momento más duro por el que ha pasado.
—En la vida, los momentos difíciles siempre tienen que ver con los seres queridos. Pero no, no fue eso lo más duro. Lo que más me ha costado en la vida es aceptar la muerte de mi hermana. Siempre me sentí culpable por no donarle el riñón que necesitaba. Los médicos dijeron que aunque lo hiciera lo más probable es que sólo prolongara su existencia por un tiempo. En el fondo nunca lo creí.
La nostalgia que le produjo esa pérdida nunca ha dejado de acompañarlo. Quizá por eso, y para evitarle otra pena a su familia, se volvió extremadamente cuidadoso de su salud, sobre todo después de descubrir que era diabético. Sin embargo, nada ha logrado afectar su desempeño profesional, uno de sus grandes motivos para vivir. Quiso sacar una maestría en Ciencias Políticas y lo hizo. Quiso dedicarse a la academia y lo hizo. Quiso abandonar las redacciones para dedicarse al análisis de medios y lo hizo. A sus 41 años de edad, ha vivido tanto como un anciano cerca de celebrar el centenario de su nacimiento.

Nota
Jorge Villalba falleció trágicamente el 12 de febrero de 1997, en medio de un lamentable accidente de tránsito ocasionado por un conductor ebrio. Para el momento de su muerte tenía 41 años de edad y ya era reconocido como uno de los mejores periodistas que existía para el momento. A través de este diálogo se ha tratado de revivir al personaje, por medio de entrevistas a personas que compartieron junto a él y aún lo preservan en el recuerdo. Esta entrevista imaginaria forma parte de un esfuerzo por revivir la memoria de periodistas que fueron ejemplo de rectitud en el ejercicio de la profesión.