jueves, 20 de diciembre de 2007

Viginia Betancourt - Un ejemplo de voluntad

Nacida en Costa Rica, ha dedicado su vida a su otra patria: Venezuela. En sus venas corre el espíritu democrático, por lo que sus esfuerzos no podían tener distinto norte

Quienes la conocen dicen que de su padre heredó el carácter o, más bien, la habilidad para materializar lo que se propone. Hasta podría pensarse que “Betancourt” no es un apellido, sino un sinónimo de perseverancia. Lo lleva en la sangre. Su progenitor tuvo que enfrentar tres exilios y largos períodos en la clandestinidad para alcanzar su meta: la construcción de un país democrático. A Virginia Betancourt, por otra parte, le ha tocado enfrentar un difícil reto últimamente: conseguir fuentes de financiamiento para continuar con las actividades editoriales de la fundación que lleva el nombre de su padre.
Y es que Rómulo Betancourt dejó una colección de unos 5 mil volúmenes, además de un archivo que contiene documentos de incalculable valor histórico y la fundación se propuso, desde sus inicios, promover el conocimiento sobre el pensamiento político venezolano ligado a las ideas del ex presidente de la República.
La voluntad de trabajo que la caracteriza ha permitido, a pesar de los obstáculos, la publicación de la serie Cuadernos de Ideas Políticas, un esfuerzo con el que se pretende involucrar al público joven en el estudio de los documentos claves para el proceso de forjamiento de la democracia.
Y es que Virginia Betancourt no se rinde. Como dice Marisela Padrón, quien la conoce desde la infancia, “está trabajando en función de dejar el legado de su padre al alcance de las generaciones del futuro”. No es nuevo en ella, sin embargo, ese interés en democratizar la información y poner a disposición del público herramientas para la formación de las nuevas generaciones. Otras experiencias en su vida lo comprueban.

Cuando tenía 3 años de edad, Virginia tuvo que permanecer en cama por unos tres meses. Había contraído una fuerte enfermedad en los pulmones luego de una visita que realizara junto a su madre, Carmen Valverde, a un sótano donde Rómulo Betancourt se encontraba clandestino, tratando de evadir un decreto de expulsión dictado por Eleazar López Contreras. Durante ese largo período, su mamá se sentaba junto a ella a leer cuentos y, por eso, desde muy pequeña había descubierto la importancia de la lectura.
A su regreso a Venezuela en 1960, tras casi una década de exilio, Virginia Betancourt se percató de que la mayoría de los niños que cursaban estudios de educación primaria en el país no contaban con libros de texto. En su interior surgió una reflexión inmediata: “No puede haber un régimen democrático, sin una población lectora”.
El descubrimiento lo hizo en el Banco del Libro, una organización sin fines de lucro que nació como un voluntariado para la recolección y canje de libros, con el objetivo de que los niños de escasos recursos pudieran acceder a la bibliografía necesaria para sus estudios. Si bien la idea de crear la institución fue de Luisa Adams, una amiga de su madre, fue Virginia quien motorizó desde el inicio la creación de dos proyectos piloto con los que se iniciaría en el país el esfuerzo para mejorar la educación básica a través de la lectura: el Proyecto Guayana de Bibliotecas Escolares y la Red de Bibliotecas Públicas de Caracas.
“Un grupo que estaba asesorando a la Corporación Venezolana de Guayana se acercó a nosotros para que le compráramos unos libros de texto, dado que estaban horrorizados de que en una futura ciudad industrial, los hijos de los obreros no contaran con materiales de estudio. Nosotros le hicimos una contraoferta: por el monto que pensaban invertir, nosotros le hacíamos 7 bibliotecas escolares”.
Según cuenta Betancourt, en 1960 tampoco existían espacios destinados a prestar servicios bibliotecarios en la zona metropolitana de Caracas. Esa fue la razón que la impulsó a conseguir su objetivo: apoyo gubernamental para la construcción de las bibliotecas públicas “Mariano Picón Salas” y “Raúl Leoni”.

Continuaba prestando su servicio voluntario en el Banco del Libro, cuando un día, por allá en 1974, recibió una llamada del presidente Carlos Andrés Pérez. Quería que se hiciera cargo de la Biblioteca Nacional, pues el lugar estaba totalmente deteriorado y existía la posibilidad de que fuera clausurado por los bomberos o por Sanidad. En el edificio no sólo existía un deficiente sistema eléctrico, sino también una serie de irregularidades con el cauce de aguas negras. “No pude negarme, porque conviví con él muchos años en Costa Rica, durante el exilio. Sin embargo, yo no sabía nada sobre ese asunto”.
Así fue como Virginia Betancourt asumió otro reto: dirigir la Biblioteca Nacional. Como dice Francisco Coello, quien trabajó durante 14 años en la institución, “para entender a Virginia, hay que hablar de su obra”.
Cuando se hizo el primer arqueo en 1977, se determinó que en el país existían aproximadamente 40 bibliotecas públicas. Para el momento en que Betancourt se retira en 1999, Venezuela contaba con 735 servicios bibliotecarios que incluían: bibliotecas públicas centrales de Estado, bibliotecas públicas nivel I, salones de lectura y servicios móviles, es decir, distintos medios de transporte que se transformaron en bibliobuses, bibliolanchas y bibliofalcas.
Pero esto fue sólo una parte del trabajo que coordinó mientras estuvo en el Instituto Autónomo Biblioteca Nacional y de Servicios de Bibliotecas. En el mundo, existían tan solo cuatro centros reconocidos en conservación de papel, ubicados en Washington, Sydney, Tokio y París. El quinto se construyó en Venezuela durante su gestión.
También creó, junto a Ramón J. Velásquez, la Fundación para el Rescate del Acervo Documental de Venezuela, que logró recuperar archivos diplomáticos británicos sobre la independencia, así como información sobre la nación que se encontraba dispersa en Estados Unidos y España, entre otros lugares.
Pero quizá uno de los trabajos más importantes para la memoria histórica del país se concentró en la Hemeroteca Nacional, donde se rescató la prensa del siglo XX y las gacetas oficiales que se habían extraviado en el correr de la historia.
Todo este trabajo formó parte de una visión: la de Virginia.

Antes de que existieran las computadoras, Betancourt ya tenía una: en su cabeza. “Para mí ella es un genio”, dice Lilian Aguilar, quien ha sido su amiga desde que se desempeñó como coordinadora del Núcleo de Servicios Bibliotecarios de Guayana y, posteriormente, de la Red de Bibliotecas Públicas del Estado Sucre. “Seguir a Virginia era una proeza, porque hacía mil cosas a la vez y uno tenía que saber en todo momento a cuál se estaba refiriendo”.
Coello lo ratifica. “Podía estar pendiente de todo. Se podía cruzar contigo en un pasillo y decirte: ‘Necesito tal cosa porque tengo que montar un proyecto’ y podían pasar tres meses y te preguntaba: ‘¿Qué pasó con lo que te dije?”.
Pero además de esto, su liderazgo se apoya en otras cualidades. Todos coinciden en que tiene una gran capacidad para rodearse de personas competentes, crear equipos de trabajo y, al mismo tiempo, comprometer a quienes la rodean con un plan de existencia.
Francisco Coello jamás olvidará una de sus propuestas: “Quiero que trabajes conmigo —le dijo—, pero quiero que consideres esta oferta como un proyecto de vida, no como un empleo”.
En el trabajo puede ser implacable, no perdona mediocridades ni falta de voluntad. Sin embargo, “la misma mujer que puede ser dura contigo en la mañana porque te equivocaste en algo, en la tarde, si sabe que tienes un problema personal te va a brindar todo el apoyo humano que puedas imaginar”, asegura Coello.

Con 72 años a cuestas, goza todavía de la fortaleza de una quinceañera y, después de todo, la necesita. Su proyecto actual no ha culminado, aún queda mucho por hacer y Virginia Betancourt descansa únicamente cuando consigue su meta. Como dice Lilian Aguilar, “sólo cuando considera cumplida su misión, tiene la habilidad para soltar al muchacho que creó”.
Pero mantener a este niño ha resultado un tanto difícil. “Actualmente ninguna institución del Estado financia algo que tenga que ver con Rómulo Betancourt y muchas empresas privadas se autocensuran porque temen alguna represalia del gobierno”, indica Marisela Padrón, quien forma parte de la directiva de la fundación.
Esto, sin embargo, no es impedimento. Su voluntad es lo suficientemente grande como para que algún obstáculo consiga frenar su objetivo: otorgar a la posteridad la historia de una época, cuyo protagonista fue su padre.

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